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Y, un poco como en la casa Usher. En las gastadas esquinas de los muebles de madera, se asoman manchitas de olvido; las cuarteaduras de las viejas losetas permiten observar colonias de diminutas y lánguidas tristezas de arrabal; y el gato que se postra cada noche sobre mi silla es como el tiempo, inamovible, perpetuo, con ojos de todos morimos. Con una calma de sabios. Y las paredes siguen cayendo a pedazos, y las luces se van atenuando, mientras el destino nos alcanza, y los designios se cumplen.
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